Semblanza de Casiano Floristán por Juan José Tamayo

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SEMBLANZA DE CASIANO FLORISTÁN (1926-2006) EN SIETE IMÁGENES

Conferencia en su Homenaje en Arguedas, su pueblo natal

11 de noviembre de 2016

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”

 

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Deseo expresar mi felicitación al Ayuntamiento de Arguedas por haber organizado este Homenaje a Casiano Floristán, uno de sus paisanos más ilustres, con motivo de tres efemérides muy significativas: el noventa aniversario de su nacimiento, el sesenta aniversario de su ordenación sacerdotal y el décimo aniversario de su fallecimiento. Es un Homenaje merecido a un arguedano que jugó un papel fundamental en la teología y la iglesia españolas durante la segunda mitad del siglo XX y contribuyó decisivamente al cambio de paradigma de la Iglesia nacionalcatólica a la Iglesia del concilio Vaticano II.

Agradezco a Fernando Mendoza, alcalde de Arguedas, la invitación a pronunciar esta conferencia en la que voy a hacer cálida semblanza de mi maestro y colega Casiano Floristán, con quien mantuve una amistad ininterrumpida a lo largo de 34 años, durante los cuales discutimos como padre e hijo; nos peleamos como buenos hermanos; disentimos como colegas, sintonizamos en muchas cosas y plasmamos nuestra amistad en numerosos proyectos comunes.

El politólogo Zygmunt Bauman define la identidad como un mosaico al que le falta una tesela. La semblanza que voy a ofrecer de Casiano responde plenamente a esta definición: le falta una tesela, y es la que de cada uno de Ustedes, arguedanos y arguedanas que  le conocieron y trataron, quieran poner. Estas son las piezas de mi mosaico identitario de Casiano Floristán.

  1. Profesor y maestro

Profesor y maestro no son lo mismo. Profesor es el que da clases, y él lo fue durante cuarenta años, desde 1960 hasta su muerte, primero como catedrático de teología pastoral en el Instituto Superior de Pastoral, perteneciente e la Universidad de Salamanca, y a partir de 1996 como emérito. Por sus clases pasaron cientos, miles de alumnos. Era un profesor claro y ameno, cuyas explicaciones estaban salpicadas de anécdotas y de notas de humor, pero riguroso en sus exposiciones, que fundamentaba con gran solidez. Una de las asignaturas que explicaba a los doctorando era “Metodología científica”.

Pero fue también, y sobre todo, maestro. Maestro es el que el que enseña a pensar, el que hace pensar. Kant decía que el profesor de filosofía no es el que enseña la historia de la filosofía, sino el que enseña a filosofar. Casiano enseñó a pensar la religión, a hacer teología por las veredas de la teoría crítica y a elaborar una teología pastoral caracterizada por la creatividad. Sentido crítico y creatividad fueron dos de las principales características de su pensamiento y magisterio teológicos. Además enseñó a trabajar metodológicamente, desde el uso de las fuentes hasta la forma de citar, sin eludir la opinión propia. Dirigió 35 tesis doctorales. Yo fui uno de sus doctorandos, junto con el cardenal Antonio, actual arzobispo de Valencia, y antes arzobispo de Toledo y Primado de España y presidente de la Congregación para el culto divino y Los Sacramentos. A él le gustaba decir a sus doctorandos que lo que más le importaban. Amén de rigor metodológico, era “la tesis de la tesis”, donde se demostraban las aportaciones originales del doctorando.

  1. Pastor y teólogo

Pastor y teólogo, por este orden. Subrayaba su tarea pastoral, relativizaba su función teológica, y a decir verdad ejerció las dos tareas con igual dedicación y competencia. En nuestras numerosas comidas le decía con sentido del humor que era “el primer pastoralista de España y quinto de Alemania”.

Aportó teología a la pastoral, liberándola del carácter rubricista y ritualista que tenía cuando él comenzó su docencia a comienzos de los años sesenta del siglo pasado. Dio sentido pastoral a la teología encerrada por entonces en un discurso abstracto, al menos en España. Sus libros de liturgia y de pastoral poseen una sólida fundamentación teológica y una excelente base bíblica. Siempre lo destaqué cuando hacía las reseñas de sus libros, en torno a treinta.

Fue uno de los más madrugadores, al menos en nuestro país, en el recurso a la sociología como mediación necesaria para una teología y una pastoral ubicadas históricamente y capaces de responder a los desafíos de cada momento. Su tesis doctoral defendida en 1959 versó sobre La vertiente sociológica de la pastoral. El conocimiento de la realidad era una de sus preocupaciones intelectuales; el análisis de la realidad constituía la palabra primera de su reflexión teológica y de la acción pastoral. En las décadas posteriores se irían generalizando los estudios sociológicos de la religiosidad, muchos de ellos bajo su inspiración.

Entendía la teología pastoral como teología práctica; una teología que se mueve en el horizonte de la razón práctica y se reformula en los procesos históricos. Nada que ver con la teología perenne. Casiano nunca fue teólogo dogmático en ninguno de los sentidos del término. Su trabajo como teólogo nada tenía que ver con la definición que con sentido de humor británico daba el arzobispo anglicano y gran ecumenista William Temple, daba del teólogo: “una persona muy sensata y sesuda que pasa toda una vida intentando dar respuestas exactísimas y precisas a preguntas que nadie se plantea”.

Entre la pastoral y la teología situaba la celebración, de la que era un maestro, como demostró tantos años en las eucaristías de los Congresos de Teología. En las celebraciones presididas por él el lenguaje preferente no era el discurso argumentativo, sino el símbolo, que, como dice Paul Ricoeur, “da que pensar”. Eran las suyas celebraciones festivas, participativas, creativas, estéticas. “No se puede jugar con los ritos; son expresiones privilegiadas de lo sagrado. El rito no se puede banalizar”, acostumbraba a decir.

  1. Crítico con espíritu constructivo

Casiano era firme en la defensa de sus ideas. Tenía sentido crítico, que fue a más según iban radicalizándose las posiciones conservadoras de los dirigentes eclesiásticos, ya en la segunda etapa del pontificado de Pablo VI, pero  con Juan Pablo II. Eso le fue alejando in crescendo de las jerarquías, del poder episcopal. Allá por la década de los sesenta del siglo XX estuvo a punto de acceder a dicho poder. Era la época del Concilio Vaticano II, del que fue asesor, y del posconcilio, al que tanto contribuyó con sus publicaciones, clases, conferencias y sobre todo, en el Instituto Superior de Pastoral. Pero no tardó en resultar incómodo para la jerarquía, a la que no se plegaba fácilmente. Conozco bien las polémicas con algunos colegas cuando eran elevados al episcopado. Cuanto más se agudizaba la involución eclesiástica, más alto y firme era el tono de su crítica, de su denuncia. Y eso le supuso una marginación cada vez mayor en el organigrama de la Iglesia oficial y en otras instancias eclesiales.

Promovió asociaciones teológicas críticas como el COE, en los años setenta, la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, en los ochenta, de la que fue su primer presidente. Presidió la sección española de la Asociación Europea de Teólogos, de muy corta duración tras su renuncia a la presidencia.

Pero el tono de su crítica era mesurado sin llegar a la ruptura, midiendo siempre las palabras. No era la suya una crítica iconoclasta, sino constructiva. Aprovechaba siempre cualquier ocasión o motivo para dialogar, por muy difícil que fuera.  Numerosas fueron las reuniones con los dirigentes de la Conferencia Episcopal durante su presidencia de la Asociación Juan XXIII: con el cardenal Suquía, que tantas dificultades nos ponía para celebrar nuestros Congresos en locales eclesiásticos hasta que tuvimos que ser acogidos por Comisiones Obreras, donde hemos celebrado ya veinte ediciones; con el arzobispo Gabino Díaz Merchán cuando fue presidente de la Conferencia Episcopal; con Fernando Sebastián, cuando era secretario de la CEE, quizá la época de mayor enfrentamiento; con Antonio Palenzuela como presidente de la Comisión para la Doctrina de la Fe. Los resultados del diálogo fueron poco fructíferos. Casi siempre terminaban en amonestaciones, reprensiones y correcciones. Pero Casiano nunca rompió la cuerda.

  1. Creyente sin fisuras, comprometido y encarnado en los ambientes populares

Cuando, durante los años sesenta y setenta, muchos de sus discípulos y colegas vivíamos torturados por las dudas de fe, a punto de sucumbir a las críticas de los maestros de la sospecha, él se mantuvo firme en la fe en Jesús de Nazaret, el Cristo Crucificado y Resucitado, el Cristo Liberador. Pero no una fe crédula, ingenua, sino adulta, madura, pasada por el filtro de la Ilustración, aunque también crítica de ésta. Una fe inseparable de la esperanza en un mundo mejor y de la praxis liberadora. Una fe que le llevó a encarnarse en los ambientes populares, concretamente en Vallecas, donde tuvo lugar su encuentro con la marginación. Vallecas se convirtió en lugar epistémico de su magisterio teológico, en lugar social de su actividad pastoral y en lugar natural de su compromiso con los excluidos. Durante varios años vivió Vivía en una modesta casa de barrio con los compañeros Julio Lois y Carmelo García.

Fue allí donde descubrió la dimensión política de la fe, la realidad de los pobres de carne y hueso, no en fotografía, y donde valoró la importancia de la organización y de la movilización de los sectores marginados. Nunca se erigió en protagonista de los procesos de concientización popular. Se definía modestamente como acompañante.

  1. Intelectual con sentido organizativo

Casiano fue un intelectual al tiempo que un buen director de orquesta. Fue la conciencia crítica de una Iglesia acomodada y tomó postura ante importantes acontecimientos eclesiales y políticos. Fue impulsor y firmante de importantes documentos que marcaron época e hicieron historia en los años posteriores al Concilio Vaticano II ante la falta de voluntad de la jerarquía eclesiástica para los cambios o ante la lentitud de los mismos: desde “No nos resignamos”, firmado por 32 teólogos cualificados de todo el mundo, en su mayoría vinculados a la Revista Internacional de Teología Concilium en 1969, hasta la “Declaración de Colonia”, que firmamos más de 600 colegas en 1989. No pocos de los documentos  de la Asociación Juan XXIII salieron de su pluma, el último con motivo de la manifestación del 12 noviembre de 2005 contra la supresión de la religión católica en la escuela y el matrimonio homosexual, en la que participaron cerca de veinte obispos al lado de los dirigentes del Partido Popular y organizaciones católicas como las Comunidades Neocatecumenales. .

Influyó ideológicamente en tres generaciones de cristianos y cristianas, de sacerdotes, religiosos y religiosas, a quienes ayudó a entender y aplicar el Concilio Vaticano II a la realidad española.

Al mismo tiempo se caracterizaba por su sentido práctico y su capacidad organizativa. Dos ejemplos: el Instituto Superior de Pastoral y la Comunidad de la Resurrección. A principios de la década de los sesenta se hizo cargo de la dirección del Instituto, que tenía su sede en Salamanca y él trasladó a Madrid; traslado que supuso su refundación. Lo dirigió diez años formando un excelente equipo interdisciplinar de profesores formados en las mejores universidades europeas.

En 1968, el año de la revolución estudiantil, creó la Comunidad de la Resurrección, que dio sus primeros pasos en el Colegio Mayor Isabel de España y luego se trasladó a Vallecas, cambio de ubicación que respondía a un cambio de paradigma eclesial guiado por la inserción en el mundo de la pobreza y de la exclusión. Estaba formada por personas universitarias y profesionales con un profundo sentido crítico y un decidido compromiso en la lucha por la democracia, la justicia y los derechos humanos. Fue el animador de la Comunidad de manera ininterrumpida durante 38 años. Tras su muerte la Comunidad sigue reuniéndose cada sábado. En apenas dos años celebrará medio siglo de existencia.

  1. Arguedano universal

Casiano nació y murió en Arguedas, un pueblo de la Ribera navarra al que hacía constantes escapadas para convivir con su familia y sus paisanos. Era arguedano hasta la médula. Lo tenía muy a gala. Unos meses antes de su muerte la Peña Los Talbos le nombró “arguedano popular”. Dos eran los centros de su vida en el pueblo: la familia, una larga familia, y la patrona Virgen del Yugo. Constantemente me hablaba de sus padres Don Casiano y Doña Jacinta, de sus hermanos y hermanas, cuyos nombres recuerdo con afecto: José, Libia, Pilar, Alfredo, Félix y Julio –el único que vive-, de sus sobrinos. Cada año, el uno de enero, comían juntos en un restaurante todos los miembros de la familia, que superaban las cuarenta personas, para celebrar el cumpleaños de su hermana Pilar, fallecida recientemente a los 96 años. Para todos había un aguinaldo.

Pero era también universal:

  • Estudió entre 1954 y 1958 en Austria y Alemania con los mejores teólogos de entonces, los que luego hicieron el concilio Vaticano II.
  • Acompañó a los teólogos latinoamericanos de la liberación en los comienzos y en el desarrollo de esta corriente teológica.
  • Dictó cursos en diferentes centros teológicos orientados a la pastoral y a la formación de líderes laicos hispanos y de diáconos permanentes de Estados Unidos durante más de 30 años. El Centro México-Americano de San Antonio de Texas, bajo la dirección de mi entrañable amigo el teólogo Virgilio Elizondo, el padre de la “Teología del Mestizaje” –precedente de la actual teología intercultural- fue sin duda su más visible y estable cátedra en los Estados Unidos.
  • Dirigió numerosas tesis doctorales a estudiantes de teología de América Latina y del mundo hispano en los Estados Unidos, muchos de los cuales son hoy profesores y profesoras en universidades norteamericanas y latinoamericanas. Quiero destacar a dos doctoras, hoy destacadas teólogas en el mundo hispano de los Estados Unidos y en la teología feminista: la mexicana María Pilar Aquino y Ana María  Pineda
  • Fue durante 18 años miembro del Comité de Dirección de la Revista Internacional de Teología Concilium, con sede en la ciudad holandesa de Nimega, junto con los más prestigiosos teólogos y teólogas del mundo de aquella época: Karl Rahner, Edward Schillebeekcx, Ives Congar, Marie- Dominique Chenu, Hans Küng, Johan Baptist Metz, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Christian Duquoc, Walter Kasper, Jacques Pohier, Claude Geffré, etc. Varios de ellos participaron en el libro-homenaje Casiano Floristán: cristianismo y liberación, con motivo de su 70 cumpleaños en 1996, que publicó la editorial Tortta y que yo dirigí. Del Consejo Científico de dicha revista formaron parte prestigiosos intelectuales como Paulo Freire, José Luis López Aranguren y Paul Ricoeur. Tuve el privilegio de escuchar en directo y de viva voz las informaciones que Casiano me ofrecía a la vuelta de las reuniones anuales de Concilium. En varias ocasiones colaboré en ella. Todavía hoy sigo leyéndola con sumo interés y enriquecimiento.
  1. Sentido lúdico y generosidad

Cuando conocí a Casiano me pareció un hombre serio y distante, con un punto de superioridad. No se olvidé que entonces él era ya una personalidad relevante y yo un joven doctorando recién venido de provincias. En la medida en que avanzaba nuestra amistad, fui descubriendo que era un excelente conversador y que tenía su gran sentido del humor, lo que le ayudaba y nos ayudaba a relativizar los conflictos y a distender las situaciones más problemáticas. Las anécdotas le surgían espontáneamente y las narraba con mucha gracia. Muchas veces contó que, el día de su primera misa celebrada en Arguedas, al terminar la ceremonia, se le acercó un vecino que había escuchado su homilía y le hizo este comentario: “Casiano has ‘pedricado’ como un fraile, has hablado de tres cojones y  con una suavez que hay que joderse”.

En Estados Unidos se encontraron en la casa de unos amigos él y un colega español. Casiano tenía que pronunciar una conferencia esa tarde y el colega, que no le conocía mucho, se empeñó en presentarlo. Después de destacar algunos rasgos de su personalidad, dijo: “Y ahora tiene la palabra Floriano Casistán”.

Ya jubilado, solía asistir a la inauguración de curso del Instituto Superior Pastoral, del que hacía treinta años había sido director. En una de ellas contó la anécdota anterior, dijo que no había hecho la mili porque le declararon “inútil total” y se presentó así: “Soy Floriano Casistán, jubilado e inútil total”.

No quiero olvidarme de su afición al futbol. Él nunca hizo deporte, pero el futbol le encantaba. Por nada del mundo perdonaba un partido del Real Madrid en el Bernabeu, del que era socio. Recuerdo que el día de Reyes de 1987 por la tarde bautizó a mi hijo Juanjo en la Comunidad de FECUM. Él puso la hora de la ceremonia: las cinco de la tarde. ¿Por qué tan temprano? Porque a las seis y media jugaba el Real Madrid e ir al partido era “sagrado”. Los últimos años veía los partidos desde casa. Ah, y todos los días compraba el AS. Al final, cuando ya no salía de casa nos encargábamos de comprárselo Mery, la señora que le atendía, o yo.

La generosidad fue una de las virtudes que cultivaba espontáneamente. El compartir y repartir eran sus actitudes fundamentales y las de la Comunidad de la Resurrección. Todos los años en enero ponía la cuenta del banco a cero y destinaba sus módicos ahorros a proyectos de solidaridad y promoción, La Comunidad en su conjunto y cada uno de sus miembros seguían una práctica similar.

  1. Escritor y poeta

Ya septuagenario, cultivó dos pasiones con verdadero disfrute y no menor entretenimiento. Desde 1997, fecha de su jubilación, hasta un mes y medio antes de fallecer, colaboró regularmente en el “Diario de Navarra”. Cuando falleció estaba preparando un libro en el que recogía cien artículos de opinión, la mayoría publicados en el diario de su región. Eran artículos de carácter religioso-cultural. Recuerdo todavía uno titulado “Un minuto de silencio”, que escribió con motivo de un atentado de ETA y que definía con un oxímoron como “silencio sonoro”, recordando a san Juan de la Cruz.

y el último sobre la “Navidad”. Antes de enviarlos al director solía pedirme que los leyera en alto al comienzo de la comida que celebrábamos todos los miércoles. Le hacía algunas observaciones de estilo, pero siempre le daba mi parabién. Su escritura era diáfana y poco dada al barroquismo.

Les recomiendo que lean sus Memorias tituladas “Convicciones y recuerdos” (San Pablo, Madrid, 2003). Están prologadas por Alberto Iniesta obispo auxiliar de Vallecas, amigo y colega en el Seminario de Vocaciones Tardías de Salamanca, quien define así a Casiano:

“Es un navarro de fe como una roca, con ribetes de contestatario; un corazón de oro, sensible y generoso, romántico en el fondo y sentimental, pero contenido en su expresión por cierto pudor y por su recia formación científica y germánica; un hombre de Dios que encuentra en la liturgia el cauce principal para vivir su devoción al Padre – los últimos años Casiano se refería a Dios como Padre y Madre- por Cristo en el Espíritu, pero que ha querido vivirla desde la fraternidad humana, especialmente con los más débiles, los pobres, los marginados y los oprimidos”.

Del libro dice Iniesta que “está lleno de vida y de vidas cristianas ejemplares, de testimonios de fe uy de fidelidad, de rincones y escenarios de la vida eclesial, en los que hábilmente va hilvanando el desarrollo y la maduración de su vida (…) con ese gracejo que le caracteriza, mezcla de cazurrería navarra y de sofisticado humor inglés”.

Su lectura es una verdadera delicia. Empieza con un capítulo dedicado a la